
Un secreto para todo el año
Pedro Miguel Lamet
7 de enero de 2015
Comienza un año que parece problemático y lleno de incertidumbres en lo político, económico, social…
Quizás puede ser un tiempo para situarnos en el centro.
Mi energía es sólo una chispa de la hoguera del universo. Mi conciencia es solo un resplandor de todo el sol.
Mi lucidez está conectada a una luz superior y total. Cuando no me limito a mi mismo por mis propias ‟chorradas”, despierto.
El silencio me hace crecer en todas direcciones, me expande, me libera.
Yo hago silencio cuando me suelto a mi mismo, y me desprendo de ideas, esquemas, formulaciones.
Perderse es encontrarse.
(Algo así decía Jesús de Nazaret. Lo que pasa es que lo han estropeado con cilicios, mortificaciones, normas, prescripciones. Él se refería al ego, al personaje ese en el que hemos centrado todo y que en realidad no somos nosotros). Como si yo fuera mis éxitos, mi tinglado, mis preocupaciones.
De esta forma asisto desde lo que aparece a lo que no aparece,
de lo visible a lo invisible,
de lo particular a lo universal,
de lo terrenal a lo cósmico.
Uno con el mar. Uno con el fuego. Uno con el aire. Uno con la tierra. Cuando más allá esté, más aquí me descubriré.
¿Crisis política y económica? ¿Problemas personales? ¿Angustia por el futuro?
El secreto está en quedarse en lo profundo, donde no hay turbulencia.
Creo ser tiempo y soy eternidad. Creo ser río y soy mar. Creo envejecer. Pero como decía el poeta padre Ángel Martinez,
“estoy alcanzando la edad perfecta, eterno”.
Comenzar al año y cada día con ojos nuevos,
donde yo soy más yo que el yo que creo ser.
¡Feliz 2016!

Hasta dónde soy libre
Miguel Lamet
15 de diciembre de 2015
Ante
cualquier decisión, como la de qué partido elegir, me pregunto: ¿Qué es libertad? ¿Poder elegir lo que quiero? ¿Poder expresarme, reunirme, votar, realizarme sin
restricciones?
No voy a entrar en
disquisiciones filosóficas sobre el término. Me interesa la vida.
Por ejemplo, el
escalón básico para ser libre es tener acceso a la alimentación, la habitación, la salud, la cultura, la relación humana. En este sentido hay un tercio de la humanidad que no disfruta de las
condiciones esenciales de la libertad. Pero, cuando
tienes un plato para comer, un lecho para descansar y un libro para leer, ¿eres libre?
Cuando el adolescente pide libertad, generalmente habla de poder “hacer lo que le de la gana”. Este tipo de libertad, si se ejerce, suele acabar con el deterioro de la persona.
Personalmente tuve
experiencias muy duras respecto a la
libertad de expresión que me fue coartada en varias ocasiones de mi vida. En mi caso la palabra ha sido un sacramento de liberación. Tenía razón el padre Baltasar Gracián, que sufrió los
sinsabores de la persecución por sus ideas, al decir que “no hay señorío mayor que la libertad de corazón”. O cuando Shakespeare confesaba a través de uno de sus personajes que “me pueden
encerrar en una nuez, pero soy dueño de los espacios infinitos”.
En aquellos
tiempos difíciles para la lírica y la libertad de expresión, especialmente en la Iglesia, felizmente superados con el papa Francisco, la creación literaria ha supuesto para mi nada más y nada
menos que respirar nuevos aires de libertad, trasladarme a otros mundos abiertos, y recuperar de alguna manera los horizontes del mar de mi infancia, es decir la capacidad de ver y sentir a
Dios en la vida, contemplándose en el espejo de su universo.
Pero hay un paso
más. Al cabo de los años he descubierto que libertad es responder a lo más hondo de mi mismo, al horizonte que llevo inscrito en mi interior. La percepción mística (no hay que asustarse
del término) es directa, no es un pensamiento, está más allá del pensamiento. A veces aparece entre dos respiraciones, al escuchar una música, al leer un poema, al contemplar un árbol. Es como
si captaras el ser en e Ser. No por mucho razonar se encuentra la verdad y la libertad interior. Así sucede, por ejemplo, en los momentos claves de la vida: cuando te enamoras, te nace un
hijo, el un momento de gran alegría o dolor. No depende de que seas joven o viejo, guapo o feo, sano o enfermo: siempre eres.
La verdadera
religión hace hombres libres y quita los miedos. Permite leer de otra manera el universo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré”. La verdadera religión no
es una moral, ni un puñado de dogmas, sino una actitud por la que te sientes parte un Todo. ¡Cuántos oprimidos por el sentimiento de culpa, de raza, de género, de nación, de normas absurdas,
de mil sectas!
Es cierto que
tenemos que vivir en el mundo de la manifestación, que es temporal y cambiante, pero basta con contemplar ese no sé qué que hay detrás, algo no tornadizo que llevo dentro para ser libre en
cualquier estado o condición.
Eso no quita que
haya que luchar por la libertad exterior, sobre todo contra la explotación de los más esclavizados de nuestro mundo. Pero la verdadera libertad empieza siempre dentro, y esa nada ni nadie
te la puede arrebatar, es el agua de la Samaritana que quita la sed y supera incluso la muerte, que “salta a la vida eterna”.

Sabor la eternidad
Miguel Lamet
19 de noviembre de 2015
¿Somos reales? ¿O solo sombras, proyecciones de otra realidad? Ya Platón planteó esta duda en su famosa alegoría de la caverna. Encadenados frente a una pared y gracias a una hoguera intermedia, aquellos prisioneros veían las sombras chinescas de personas y animales que pasaban por detrás, donde se hallaba la entrada que estaban imposibilitados de ver. Hasta que uno de los cautivos logró zafarse, salir de la gruta por una escarpada cuesta al mundo exterior y contemplarlo fascinado en todo su esplendor de luz y color.
El sol, que el filósofo identifica con el Bien, era el que le permitía ver la auténtica realidad. Necesitado de compartir su descubrimiento con sus compañeros de cautiverio, regresó a la caverna para liberarles. Pero los prisioneros no le creyeron, dijeron que venía deslumbrado y se rieron de él y prefirieron las sombras, su visión de siempre.
El mito de la caverna ha tenido numerosas versiones literarias, como las acuñadas por Calderón al concebir la vida como un sueño o un gran teatro, donde todo pasa fugazmente y donde lo que importa es despertar por dentro o interpretar adecuadamente el papel, porque lo demás está siempre cambiando. Quizás la metáfora más eficaz hoy día sea la del cine. Nos creemos tanto la “peli” que nos metemos dentro de ella, pero sólo son imágenes fijas que pasan velozmente o actualmente píxeles, impulsos electrónicos en la pantalla. Todo es ficción, todo es mentira. Eso si, escenarios y personajes tienen algo permanente, un componente común, la luz.
Cuando un ser querido muere o nos descubrimos una nueva arruga frente al espejo, solemos repetirnos la gran pregunta: ¿Qué es esto de la vida?
El pasado pasó y no volverá, ¿a qué darle importancia? El futuro se nos escapa.
La luz, el despertar, consiste en taladrar el momento presente, un ahora que, como el agua que promete Jesús a la samaritana, quita la sed porque salta a la vida eterna.
Se trata de salir de la caverna y afrontar del todo el sol, aunque nos deslumbre, que es lo que trasciendo todo, no pasa, nuestra auténtica realidad sin tiempo. Lo que sucede es que eso supone renunciar al nombre, el apellido, la careta que creemos ser, nuestro personaje temporal.
El papa Francisco en su reciente viaje a Cuba pronunció una frase que evoca esta idea: “Que el día a día tenga cierto sabor a eternidad”.
Lo tendrá si miramos más allá de las formas e imágenes que pasan a nuestro lado para intentar vislumbrar la luz inmutable y feliz de la que son sombras, reflejos, la última verdad que transparentan.

La otra revolución
Miguel Lamet
21 de septiembre de 2015
Rompedor, sencillo, cercano, inteligible como siempre, el papa Francisco ha irrumpido en la plaza de la Revolución de la Habana más como pastor que como mediador político. Pocas veces una misa ha suscitado mayor expectación mediática que la celebrada ayer ante un millón de cubanos, entre los que había por supuesto muchos fieles creyentes, con la fe más o menos dormida por una represión religiosa de décadas, pero también miles de personas que más allá de sus creencias ven en Francisco un símbolo de libertad, diálogo, justicia y reconciliación. Y ante dos mandatarios bien distintos, Raúl Castro, hoy amigo, y Cristina Fernández, milagrosamente transformada en fan.
Un dato insólito de esta eucaristía es que para recibir la comunión hacía falta llevar una pegatina distintiva en la solapa. El hecho, motivo de polémica interna en la Iglesia cubana, tiene razón de ser: en la misa de Benedicto XVI, donde muchos empleados gubernamentales fueron alentados a asistir, se vieron no pocas hostias consagradas arrojadas al suelo. O que la inmensa mayoría de los niños y jóvenes de la isla ignoran cómo hacer la señal de la cruz, pues los cambios van lentos en Cuba o que ayer mismo más de 30 opositores fueron detenidos para impedirles asistir a la celebración.
Paso a paso: Juan Pablo II en 1998 consiguió que la Iglesia, hasta entonces anulada, empezara a contar. En 2012 Benedicto XVI logró que adquiriera presencia en los medios. Esta semana los canales cubanos han emitido el mensaje de Francisco. Ahora el siguiente objetivo sería obtener un rol educativo y social en el país.
Diplomacia vaticana y astucia jesuítica se han dado la mano en el modo de proceder del Papa en este primer día de su viaje a Cuba. Los aspectos más políticos precedieron a la visita propiamente dicha, con peticiones de Parolín, secretario de Estado, a favor de acabar con el embargo estadounidense, o el encuentro del propio Papa con estudiantes de Nueva York y de Cuba donde dijo que el líder “es aquel que es capaz de generar otros líderes. Si un líder quiere sostener el liderazgo, es un tirano.”.
Sus alusiones al proceso de reconciliación internacional en el aeropuerto y en la homilía han sido leves, de las que destaca su sutil distinción entre persona e ideología: “El servicio nunca es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a las personas". Algunos comentaristas, que olfateaban un mitin político, se han apresurado a calificar de otro “sermón” esta homilía. Ignoran la verdadera revolución del papa Francisco, que nunca ha sido de izquierdas ni derechas sino netamente evangélica. "Quien quiera ser grande, que sirva a los otros y no se sirva de los otros". ¿Hay algo más actual y más revolucionario en un mundo de corrupción y arribismo? "Servir significa cuidar la fragilidad… Son los rostros sufrientes desprotegidos a los que Jesús invita a amar". Y concluyó: "Quien no vive para servir, no sirve para vivir".
Dejó al cardenal Jaime Ortega la gratitud por el "frescor renovador" del pontificado que "sienten los pobres de nuestros campos, las periferias sociales, políticas de todo el mundo y también nuestro país", para resaltar la “necesidad de amor y perdón” entre Cuba y Estados Unidos.
Como otra ruptura en este habitual tirar por la calle de en medio es dedicar su inquietud a otros sufrimientos, como hizo al proceso de paz de Colombia que se elabora en Cuba, "consciente de la importancia crucial del momento presente", o el dolor que transmitió a los periodistas en el avión sobre su reciente encuentro con refugiados sirios.
La lectura que hace Bergoglio del evangelio de Marcos sobre la discusión de los discípulos acerca de quién será el más grande puede valer tanto al cristiano más auténtico como al viejo marxista más ortodoxo: el fin de la política, aunque tantos parecen haberlo olvidado, es servir al pueblo, no servirse de ella. O en palabras de Francisco: “Hay una forma de ejercer el servicio que tiene como interés el beneficiar a los ‘míos’, en nombre de lo ‘nuestro’. Ese servicio siempre deja a los ‘tuyos’ por fuera, generando una dinámica de exclusión”. ¿Les suena? Basta con encender la tele u ojear un periódico. Pero de quedarme con una frase, escogería uno de sus arranques poéticos que sirve para todo: "Que el día a día tenga cierto sabor a eternidad". Por tanto ni “papa Ché” ni “papa agua bendita”. Mientras tanto, la profecía de Wojtyla sobre Cuba parece empezar a cumplirse.
Publicado hoy en el diario EL MUNDO